Monday, February 26, 2024

195.- Amanecer del nuevo amor

 

Brisa de rosas, primer amor que irrumpe,

no eres aroma, eres la brisa misma.

Pétalos de carmín sobre el rayo que alumbra,

no son color, son la luz que se irisa.

 

Suspiro único, callado y tímido,

no eres sonido, eres el silencio que palpita.

Hierba primeriza que brota del tronco,

no eres planta, eres la vida que agita.

 

Estambre fresco, fragante y rotundo,

no eres polen, eres la flor que fecunda.

Mano grácil con rocío y temblor, miedo,

no eres tacto, eres la caricia que se ata.

 

Habitación silente, sin aurora,

no eres espacio, eres la noche que consume.

Colgado de manos que la brisa enajena,

no eres peso, eres el astro que se expande.

 

Grueso como un astro, de pálida pena,

no eres materia, eres la sombra que se arranca.

Más poderosa que la noche importuna,

no eres fuerza, eres la mañana que viene.

 

Memoria que en el recuerdo se diluye,

no eres pasado, eres el presente que se palpa.

Nieve y susurro, tenue y sonora,

no eres frío, eres la música que absorbe.

 

Cetro oscuro que el alba desenvuelve,

no eres poder, eres los rayos que estallan.

Rubia de ojos pesados, que el sueño renueva,

no eres rostro, eres la mirada que se planta.

 

Ojos nublados donde el sueño fluye,

no eres visión, eres la sombra que ruboriza.

Nueva aurora que en la noche se alza,

no eres luz, eres la cuna que se mece.


La luz que no llega, la sombra que duerme,

no eres ausencia, eres la noche que llora.

Susurro que calla, la brisa que sopla,

no eres silencio, eres el viento que calma.

 

Gris sobre gris, la sombra se resuelve,

no eres color, eres el vacío que encandila.

Silencio que escucha, la noche que ahoga,

no eres quietud, eres la angustia que escapa.

 

Ojos que no ven, la aurora que implora,

no eres mirada, eres la esperanza que engulle.

Amanecer nuevo, la aurora que nace,

no eres tiempo, eres el poeta que se deleita.

 

Poeta que crea, la luz que se urde,

no eres verbo, eres la obra que se explaya.

Luz que ciega, poeta que crea,

la aurora que envuelve, el nuevo día que clarea.


Sunday, February 25, 2024

194.- Lluvia y nieve

 

Viento de pétalos marchitos, aroma a nostalgia,

un eco del primer amor en la bruma del recuerdo.

 

Capullo marchito, fragancia en el aire, página en blanco,

la hierba otoñal se rinde al frío del olvido.

 

Mano de nieve y lluvia, caricia fantasma en la noche,

la primavera se ahoga en la oscuridad del alma.

 

Sordo a la nieve, a su susurro de luna rota,

un rayo de arena se desliza entre los dedos del tiempo.

 

Boca de silencio, ojos vacíos,

la sombra mece las olas hacia el abismo.

 

La garúa del alba, más tenue que la memoria,

extiende su velo gris sobre el arco iris quebrado.

 

Ceniza y olvido, aire sin aliento,

en sus ojos vacíos brilla la nada.


193.- Vientre y doncella

 

En la antesala de tu vientre, una flor estalla,

una doncella de aurora, con futuro en la palma,

viste un traje de novia tejido de frescura,

y en la noche nupcial, un invierno bajo la luna.

 

Un viejo con tu patio, estrecho y silente,

contempla la marea pálida, nacida del alba,

su esmeralda en la brisa, calma y reluciente,

brilla en la llama alegre que tu rostro talla.

 

Tu arpa esbelta, dorada por la aurora,

convierte el arroyo en una granja florida,

tus labios, suaves pétalos que la brisa enamora,

sonríen con la calidez del sol que los irradia.

 

Hilos dorados, cual rayos de sol que te hieren,

enredados en un pliegue, secreto que evocan.

 

De la carne y el sueño, una flor se abre paso,

una doncella de luz, con futuro en su piel,

teje un vestido de estrellas, con hilos de rocío,

y en la noche nupcial, la luna es su único testigo.

 

Un viejo árbol observa, con ramas como brazos,

la marea que llega, con sus secretos de nácar,

en su verde esmeralda, la calma se refleja,

y en la llama del alba, tu rostro se enciende.

 

Tu arpa, una lira celestial que vibra y canta,

convierte el arroyo en un río que sucumbe,

tus labios, dos pétalos que el viento acaricia,

sonríen con la aurora que en ellos desierta.

 

Hilos dorados tejen un manto de sol,

en un pliegue misterioso, donde el amor se enrosca.

 

En el vientre del cosmos, una estrella se gesta,

una doncella de fuego, con futuro en su cielo,

viste un traje de galaxias, con nebulosas bordadas,

y en la noche infinita, la supernova es su misterio.

 

Un viejo tiempo observa, con relojes de arena,

la marea del universo, que todo lo llena,

en su ojo de diamante, la eternidad se refleja,

y en la llama del Big Bang, tu rostro se irradia.

 

Tu arpa, una constelación que vibra y resuena,

convierte el vacío en un cosmos que llena,

tus labios, dos agujeros negros que el viento traga,

sonríen con la entropía que en ellos se funde.

 

Hilos de luz tejen un manto de estrellas,

en un pliegue del espacio, donde el misterio se cuela.


Sunday, February 18, 2024

192.- Valparaíso premigenio

 

Las mareas que se esconden a mar abierto,

con los inviernos traicionan,

en complicidad con el viento y la lluvia.

 

Vienen a besar los pies de los quillayes,

a acariciar los boldos y adorar la tierra,

y más abajo, donde las olas mueren.

 

En las colinas bañadas por el rojo de la tarde,

sobre la espesura,

se sublevan las palmas orgullosas en alta copa,

coqueteando al son de la ventolera,

como centinelas del puerto virginal.

 

A comparsa están los canelos,

maitenes de vestidos frondosos,

olores de licor a culén,

manantiales en sepelio hacia el mar,

que saciaron la sed de toda suerte de litres,

bellotos y peumos, reverdecidos en su gracia.

 


191.- Lamento sin fin

 

Lo lamento tanto,

por los siete sueños que no fueron,

por la noche de verano que se marchitó sin tu aroma.


Lloro por el amor quebrado en tu vientre,

por las promesas que en el mar se ahogaron.


La esperanza duerme en la lápida fría,

la casa en el recodo ya no canta, derramada.


El primer llanto de Martina Gracia se acalla,

en su cuna de mármol, la vida enmudece.


Mis versos se ahogan, sin aliento ni brío,

en esta noche larga, como un réquiem oscuro.


Nada consuela la piedra que en mi pecho anida,

una pena profunda, sin consuelo.


Quedará para siempre el altillo inconcluso,

la balada que llora, la tela sin colgar.


La cama entumecida, la casa en Carampangue,

con olor a desierto, un páramo sin espíritu.


Tu puerta con llave, la lluvia en la ventana,

el viento que resongaba en invierno, una mañana.


Y una lágrima mía que nunca cae,

congelada en el tiempo, como un alma en la llama.


Es la resignación acurrucada en el hielo,

el alma que vaga en el calvario, sin ansias.


Como una flor que pierde sus colores,

la pena se abraza al sauce, como martirio.


Silencio en el vértigo del acantilado,

los desvelos palpitan en mis ojos, sin destino.


Dolor que no conoce la clemencia,

recuerdos tragados por la resaca, sin alma.


El abandono de tus besos,

un frío glacial, mis pasos hacia abajo,

con andar cansino, sin final.


La mente ahogada en lágrimas de sombra,

el golpe en el pecho de tu mirada atónita.


Y otra vez el lamento que viene cada noche,

a medianoche, todas las noches.


A mis ojos abiertos, como una condena,

la pena sin tregua, la herida perpetua.


190.- Lluvia y epitafio

 

Las gotas de lluvia, lanzadas por el viento,

como alfileres en mi rostro se clavan,

llamando desde Puerto Montt a tus besos en el mar.

Y otra campanada en el centro de mi pecho

inspira un verso para el epitafio de nuestro amor.

 

El viento susurra tu nombre en las olas,

y las gaviotas entonan un canto fúnebre.

Cierro los ojos y te veo, sirena de mi pasado,

enredada en las redes de mi memoria.

 

Recuerdos que florecen como rosas marchitas,

en un jardín de nostalgia y dolor.

Tus ojos, dos pozos negros que me absorben,

tu voz, un eco que resuena en mi interior.

 

¿Cómo escribir un epitafio para lo que no tiene nombre?

¿Cómo resumir en versos la intensidad de un fuego?

Las palabras se ahogan en la garganta,

y el silencio se convierte en mi único lenguaje.

 

Aunque el tiempo se empeñe en borrar tu huella,

tu recuerdo vivirá en mis versos,

en la brisa que agita las ramas del árbol,

en la espuma blanca que besa la arena.

 

Adiós, musa de mis sueños,

amada fantasma que habita en mi corazón.

Te dejo ir, pero te llevo conmigo,

en la tinta que mancha mis poemas.

189.- Pesca infructuosa

 

Los rayos de la tarde me bañan el rostro,

en espera de un verso que jamás se asoma.

Toda el agua que anhelaba en la noche se evapora,

dejando solo la sed del poeta.

 

El verso se retuerce, buscando la belleza,

rehuyendo la vulgaridad que inunda los vertederos.

Esos versos sin nombre, como hojas secas,

que caen al olvido sin pena ni gloria.

 

Te necesito, musa esquiva, como carnada para mis redes,

aunque te escurres con astucia del anzuelo.

Una sonrisa tuya y mi barca se llena de poemas,

un Altazor o un canto sencillo,

que se deshacen como tinta bajo la lluvia de mi llanto.

 

La pesca infructuosa me deja vacío y abatido,

con la amarga certeza de la inspiración caprichosa.

Solo me queda esperar, con la esperanza intacta,

a que la musa vuelva a posarse en mi corazón.


188.- Greda y pétalos

 

Eras como la greda morena,

curtida por el temporal de la vida.

En mi ser se injerta tu pétalo remoto,

un fresco color que la era había extraviado.

 

Viene la semilla de tus ojos a hundirse en mi surco terrestre,

como el soplo rezagado de un nuevo beso,

a la herida abierta en el vientre de mis labios que te esperan.

 

Sobre los rizos de la noche,

navegan las infinitas guirnaldas

que evocan los días que me faltarás.

 

Hacia la tarde que el vino acicala,

moldearán mis manos alfareras

en un solo racimo tu arcilla fresca,

y en mi boca, estallarás hecha granos boreales.

 

Yo te invito a encontrarnos

tan hermosos como la antigua luna,

a buscarnos en la noche apagada

sin más calor que la piel árida de aliento:

pequeña, desnuda de olvidos, ligera de penas.

 

Allí quedará tu espiga enterrada en mi último rincón,

suspendida, para despertar mañana en un incierto soplo primaveral.

En tanto, yo le daré de beber de este amor triste que nunca te olvida.


187.- Lágrimas de amor

 

Acecha la pena, fiera en celo,

en la noche insomne, su sombra se expande,

en el torrente de sueños que se desbordan.

aguijón de hielo que hiere el anhelo.

 

Se cierra como un gemido,

tu beso secreto, capullo en la oscuridad,

se abre en la noche con fragilidad.

se extingue como un susurro perdido.

 

Con lastima evidente, la pena se aproxima,

escondido como un susurro,

manantial de tus sueños, dormido en el surco.

al acantilado de mi boca se asoma.

 

Desde la antesala de tu vientre,

breve como un eclipse, tu beso se quiebra,

rompiendo en mis labios, vendaval que me ciega.

nace un olvido como flor silente.


A veces quieto, como nave a la deriva,

es tu beso infinito, agua de vertiente sonora,

que mis labios sedientos anhelan con señora,

te espero en Santiago, con la esperanza viva.

 

Eres la fuente que nutre mi alma,

tu beso, la savia que me da vida,

la esencia que me llena de alegría.

la luz que ilumina mi noche en calma.

 

Mientras la pena en celo acecha en la oscuridad,

en la espera constante, mi corazón te añora,

y en la noche insomne, tu recuerdo me devora.

tu beso infinito me llena de claridad.