En la pretérita evocación de aquellos inciertos días revolucionarios, nuestros
corazones adolescentes se cruzaron entre banderas y consignas, surge ahora un
poema tardío que los recuerdos reclamaban, antes que caiga el último verso en mi
cuaderno.
Entonces, eras
la mano tibia en mi cara, el puño en alto en las marchas que enardecía mis ideales
inocentes, íbamos los dos marchando por las calles de invierno en Santiago, nuestros ojos
ardían entre las manifestaciones, las gargantas del pueblo jurando patria o muerte, las
miradas obreras y rebeldes, y tu sonrisa de miel en cada paso, cada risa comprometida,
nuestro amor temblaba sobre un fuego sedicioso, y no lo sabíamos.
Recuerdo algunas
tardes, nuestras manos atadas bajo el parrón de tu casa, o caminando una noche bajo la lluvia peregrina en Maipú, nuestros rostros recogiendo las últimas gotas delgadas del aguacero, las
estrellas intensas entre las nubes, o por senderos de sueños igualitarios,
desafiando el destino, una historia y un mañana en ascuas, un tesoro de amor que se
quiebra.
Así como un
río que se bifurca, el tiempo es implacable con nuestros sueños idealistas,
despierta juramentos imposibles, promesas invariables, lágrimas agónicas y
besos desesperados en algún rinconcito de la plaza como los últimos, los que presagiaban que tus manos soltarían las mías y torcerías el rumbo tan lejos, que la distancia no cabía en mi razón.
Una noche en septiembre, de celebraciones en la plaza y de latentes conspiraciones en los cuarteles, nosotros éramos como un beso y una flor que no quieren desgarrarse, tus ojos
y los míos cristalinos de llorar, las manos aferradas, las promesas
machacadas una y otra vez desde nuestros labios casi sin aliento, era el adiós
de un cúmplase como un veredicto, y un te amo a lo lejos desde la losa que solo yo escuché.
Y vino el
suspenso y la metralla, la traición de los fusiles, la estrella en la bandera sonrojada de vergüenza, se inmola sobre el palacio bajo el lluvia de ese día, y sobre
los adoquines de la patria, yacen las carnes destrozadas de los ideales cercenados por el plomo.
El tiempo se hizo eterno lo mismo que la tiranía, y el amor que esperaba, esperó y espero hasta la resignación. Los días fueron meses, los meses años y los años parecieron siglos, y volviste tarde para cobrar promesas y juramentos quinceañeros,
El sol ha girado hasta ver mis canas, y mi cansado trajín acusa que acecha el ocaso. En cualquier recodo nos sorprenderá la noche inevitable, y a pesar de todo el tiempo que la milicia nos robó, un delgado hilo marrón aún sostiene nuestros corazones, latiendo los mismos sueños de septiembre.