Salir a la calle es jugar a la ruleta rusa,
aunque las balas son más baratas que la vida.
Uno se ríe, paga el pasaje,
y espera su turno como si fuera al dentista.
Te dije “te amo” hasta dar arcadas,
sabiendo que te acostabas con otro.
Vomité los insultos que tenía estreñidos
desde que te vi en pelota con ese güeón.
Los camarones más caros que filete de unicornio.
Mejor comer unas almejas de saldo
que ni siquiera gritan cuando las empapo de limón.
Dos kilos de esas jugosas condenadas
irán sacrificio de mi apetito,
en retorcidas carnes que me botarán a cama.
La casa olía a lo mismo de siempre,
un olor agrio que no se iba con nada.
Los recuerdos no eran fantasmas,
eran cosas que no habían terminado de romperse.
Un mueble cojo,
una foto que nadie se atrevía a botar,
el silencio con su mal gusto.
Y yo caminando entre todo eso,
como si de verdad valiera la pena volver.