Las flores se desmayan en el risco de la tarde.
La tierra con paciente apetito las saborea en silencio,
y se deshacen en alimento de otros colores.
Allí van los ocres pétalos, huyendo hacia el patíbulo del calendario.
Ninguna flor escapa a la tierra,
ni la que cayó sola ni la que ardió en un abrazo.
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