Eras la nube en mis tardías estaciones,
humo en remolino abrazando mis ilusiones de niño.
Tus párpados, imanes que adormecen al mirarme,
y al despertar, un galope de corceles en mi pecho.
Eras la sombra de un sauce en tarde de verano,
una sombra delgada que cuelga bajo las hojas,
ligera como un beso sobre la estela del agua.
Y un día, sin memoria, te llevas la lluvia contigo,
la brisa sedada en soplos de nubes que el viento mece.
Yo adoraba tus ojos húmedos de lejanía,
y me colgaba de tus lágrimas,
en un vaivén de ansiedades
cada día.
Las hojas muertas supieron de mi vagancia,
buscándote entre las estrellas rotas.
Pregunté con insistencia, como lucero errante:
¿Dónde estás, Luna encendida, que mi noche cansada te
reclama?
¿Recordarás mi nombre acaso, tras tantas vueltas siderales?
No comments:
Post a Comment