Las mareas
que se esconden a mar abierto,
con los
inviernos traicionan,
en
complicidad con el viento y la lluvia.
Vienen a
besar los pies de los quillayes,
a acariciar
los boldos y adorar la tierra,
y más
abajo, donde las olas mueren.
En las
colinas bañadas por el rojo de la tarde,
sobre la
espesura,
se sublevan
las palmas orgullosas en alta copa,
coqueteando
al son de la ventolera,
como
centinelas del puerto virginal.
A comparsa
están los canelos,
maitenes de
vestidos frondosos,
olores de
licor a culén,
manantiales
en sepelio hacia el mar,
que
saciaron la sed de toda suerte de litres,
bellotos y
peumos, reverdecidos en su gracia.
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