Tu mirada,
oblicua y tangencial,
me asecha como
un animal en la penumbra.
Un recelo que
deja huellas de látigo
y el filo de tu
daga en mi verso se asoma.
A pesar de lo
evidente,
un amor que
necesita dejarte,
se rebela como
un niño testarudo,
en un tormento
que me tiene harto.
Yo solo
pretendo, de verdad,
y me conformo
con eso:
vivir como un
parásito en tu corazón esquivo,
un intruso en tu
universo privado.
Tu corazón, un
enigma inaccesible,
una fortaleza
inexpugnable.
Yo, un náufrago
en busca de un puerto,
anhelo un
refugio en tu alma indomable.
En esta danza
macabra de amor y odio,
nos movemos en
un círculo vicioso.
Dos almas que se atraen y se repelen,
en un juego cruel y doloroso.
Mientras tanto,
la daga en mi verso brilla,
un símbolo del
dolor que me atenaza.
Un amor que me
consume y me aniquila,
una herida que
no cicatriza.
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