En la boca del metro vomitando gente,
tu voz se me escurre como una moneda,
una canción lánguida, lamiendo el andén.
Mis manos, dos pajaritos tiritando de frío,
se acurrucan en las tuyas, buscando un nido.
Dos pordioseros de besos, esperando tu olor.
Cada mañana, un tren fantasma te lleva,
una sombra fugaz que se traga mi ser.
No me oyes, ni me ves,
ni siquiera me rozan las olas de tu perfume en la
multitud.
Soy un náufrago en la estación del deseo,
congelado en el tiempo, esperando tu regreso.
Mi corazón, un acorde disonante en la muchedumbre,
que canta tu nombre en una súplica silente
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