Saturday, February 10, 2024

144.- La siempre ausente

 

Seguro su trajín diario,

la pala, el arado, el sudor,

la han hartado de mis versos huecos,

sin rima ni razón.

 

La pobre, entre la tierra y el pan,

no tiene tiempo para fantasías.

 

Anda con la mente en otra cosa,

con sus ojos distraídos,

pensando en la cena y la ropa,

en el techo que no gotea,

en la leña que no humea.

 

¡Qué va a escribir!

 

Si sus ojos solo ven al de al lado,

ese buey que la mira embobado,

ese tipo rudo y callado,

que la tiene como reina en su palacio.

 

Yo, en cambio, soñador empedernido,

me la imagino frágil y etérea,

una musa de carne y hueso,

con labios de miel y mirada de fuego.

 

Sueño con su piel de nácar,

con su aroma a jazmín y a azahar,

con su voz suave como el susurro del mar.

 

La quiero mía, solo mía,

aunque sea un amor imposible,

una quimera, una utopía.

 

Soy un poeta, un loco, un iluso,

que persigue sueños en la bruma.

 

Ella es la inalcanzable, la siempre ausente,

la que me tiene atado a su sombra,

muriendo de amor en la penumbra.

 

La amé a mi manera,

en silencio, a escondidas, sin bandera.

 

¿Qué más podía hacer un simple poeta?

 

A veces, en las noches de luna llena,

cuando el silencio reina en la aldea,

creo escuchar su voz en la brisa,

susurrando mi nombre con ternura infinita.

 

Y entonces, por un instante fugaz,

la ilusión se vuelve realidad,

y la tengo entre mis brazos,

cálida y palpitante, como si nunca se hubiera marchado.

 

Pero al alba, cuando el sol se asoma,

la magia se desvanece, y solo queda la tristeza,

la nostalgia y el vacío.

 

Y yo, con el corazón roto,

vuelvo a escribir versos para ella,

en la esperanza de que algún día,

la siempre ausente,

se convierta en la siempre presente.

 


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