Para abrir tu corazón,
me bastó un simple canto,
un poema de aprendiz,
un trino torpe y balbuceante.
A ti, una palabra sencilla,
un susurro apenas audible,
para quebrar la muralla de tu pecho
y romper en mil pedazos mi corazón amante.
Si una noche de primavera,
una noche cualquiera, sin importancia,
nuestros caminos se cruzaron,
dos almas distraídas en la niebla,
dos náufragos errantes sin brújula ni mapa.
Y en la noche estrellada,
como un azaroso encuentro,
nuestros rumbos chocaron,
estrellados en un arrecife de metáforas,
un naufragio de palabras y sueños.
Al final de la travesía,
al alba de la desolación,
mi boca aún espera la tuya,
un beso que calme la sed del alma.
Y mi verso te busca sin descanso,
peregrino incansable en la noche,
en la inmensidad del universo,
en la bruma del olvido,
en la esquina de la memoria,
en el latido de tu corazón.
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