El caudillo, con
gallardía, enfunda su espada y casaca,
en su traje de
hidalgo, un fulgor de libertad anidada.
La muerte, su
fiel compañera, siempre a su lado lo acecha,
en su mirada se
refleja, un destino ya inminente.
A su patria
abraza fuerte, con unción y fervor,
sobre pedestales
de gloria, su nombre grabó el destino.
En cada plaza
que otrora la guerra tiñó de carmesí,
un torrente de
truenos retumba, anunciando un nuevo porvenir.
La nieve, cual
serpiente blanca, desciende sin cesar,
marcando el
final del verdor, con gélido pesar.
Los paredones,
cual verdugos, queman su espalda al pasar,
y bajo las
sábanas que la acequia hiende al azar,
dormirá el
caudillo, en tumba secreta,
hasta que el
traidor lo llame a la hora vertical de la gesta.
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