Huyo del alma, un sueño que me aprisiona,
como las piedras que la espuma libera.
En la mesa de mármol, bajo la luz del techo,
descansa el hogar, un refugio de silencio.
Los muros negros de metal, jaulas para pájaros,
que en cada rosa del jardín encuentran su libertad.
Igual que tú, las estrellas se apagan al regresar al hogar.
Ahora que el calor se ha despojado del abrigo, vienes tú.
A lo lejos me veía caer bajo la loza,
una sombra inmóvil en el umbral del tiempo.
Los años se acumulan, un lastre invisible.
Los relojes no regresan a buscar las horas perdidas.
Y después hablé con mi destino,
una conversación con el eco del silencio.
Recordé que ya no podía marcharme por la puerta que lleva a tu lecho.
Como este mundo, necesito testigos que hereden la arqueología de mi huella en ti.
A veces brillabas tanto que el oro se avergonzaba de su vestido.
Dijiste que era demasiado tarde para el próximo eclipse,
incluso si colgara tu belleza en una repisa.
Con la parsimonia de la tarde que se aproxima,
me voy con las estrellas que escaparon de su encierro.
Busco clientes como lentejuelas de la noche,
fragmentos de luz en la oscuridad del universo.
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