Llanto mío,
aguja que hiende la roca,
lágrimas
que brotan, afiladas y sonoras.
Del cielo
espero un suspiro de color,
una
pincelada que calme el dolor.
Las hojas
de los árboles, hechizadas por la noche,
se mecen en
un río de estrellas, quietas y cautivas.
Raíces que
se aferran a la oscuridad,
anhelando
la luz que las haga despertar.
Te veo
venir, arrastrando tu sombra con encajes,
una figura
fantasmal que danza en el aire.
Me olvidas
dentro de una flor marchita,
cercenada
por la primavera en un acto de ira.
Un destello
de rencor brilla en el agua,
entre los
astros que contemplan la escena.
La aguja se
rompe, la piedra se desmorona,
y el llanto
se evapora bajo la luz de la aurora.
Corales dormidos, hambre sin opuestos,
océano que duele, ojos despiertos.
Viento sobre el recuerdo, besos en el corazón,
silencio que separa el sol de la tarde.
Nieve de la agonía, nave en el péndulo celeste,
seres nocturnos del olvido, errante y presente.
Memoria fragmentada, sueños sin brújula,
laberinto de tiempo, enigma sin respuesta.
Palabras que flotan en la niebla del alba,
ecos de un amor que se resiste a morir.
Rumor a
soledad, ola enloquecida contra el abismo,
la misma
que me negaste con llanto de niebla.
Flores
despavoridas, primavera celosa, tarde dormida,
atmósfera
de recuerdos, amor que se juró.
¡Remolino
de lágrimas, lluvia que se lleva el amor!
¿En qué
jardín escondido de la noche te encontré?
Última
infancia, eclipsar los párpados enamorados,
dos palomas
en tu vientre, nido de sueños rotos.
Luz en
cascada, manos que derraman el alba,
sauce
ausente, recodo sin memoria.
Viento
travieso, falda quieta,
beso
impaciente, ventana sin grito.
Fragmentos
del pasado, recuerdos en la bruma,
el tiempo
se desliza como arena entre los dedos.
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