La luna,
pálida vigía, emerge en la noche,
y el
espíritu, cual sombra, bajo ella se desliza.
Un hombre
canta, cercano, su voz en el aire flota,
mas no hay
flor que en mi canto se alce, ni melodía que brota.
La música
en el aire se expande, luz que cae enferma,
hacia la
consternación se inclina.
Atrae mi
vista, estrofa nueva con celestial destello,
deslumbra
mis labios con culpa ciega, cual daga en su vuelo.
Eleva mi
mente por el otoño que avanza,
envuelto en
la niebla que mi juventud agobia.
Guarda un beso en mis ojos,
luz de oro perfecta en aurora púrpura y breve,
donde el resplandor se ensancha con sonrisa que se atreve.
como poeta
azul, encogido me refugio.
En mi
sangre, en el fondo negro, la luna yace inerte,
un astro
muerto en el lienzo de la noche quieta.
Silencio
reina en la noche, solo la luna observa,
testigo de
la desolación que mi alma absorbe.
Vacío y
quietud me envuelven,
en este
poema donde la vida se diluye.
Soy un eco
en la sombra, un susurro en la brisa,
un ser sin
nombre que vaga por la noche sin prisa.
La luna me
contempla, reflejo de mi pena,
una imagen
pálida que en la oscuridad se enajena.
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