Los rayos
de la tarde me bañan el rostro,
en espera
de un verso que jamás se asoma.
Toda el
agua que anhelaba en la noche se evapora,
dejando
solo la sed del poeta.
El verso se
retuerce, buscando la belleza,
rehuyendo
la vulgaridad que inunda los vertederos.
Esos versos
sin nombre, como hojas secas,
que caen al
olvido sin pena ni gloria.
Te
necesito, musa esquiva, como carnada para mis redes,
aunque te
escurres con astucia del anzuelo.
Una sonrisa
tuya y mi barca se llena de poemas,
un Altazor
o un canto sencillo,
que se
deshacen como tinta bajo la lluvia de mi llanto.
La pesca
infructuosa me deja vacío y abatido,
con la
amarga certeza de la inspiración caprichosa.
Solo me
queda esperar, con la esperanza intacta,
a que la
musa vuelva a posarse en mi corazón.
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