Una lágrima
tuya, huérfana y vacía,
surca el aire
cual hija del volcán,
buscando refugio
en mis aguas bravías,
en el mar de mis
penas que no dan tregua.
Junto a mis
propias lágrimas se acurruca,
en la almohada
silente,
donde calla la
angustia de tu ausencia que me trunca,
la tarde que me
pesa y me avasalla.
Te siento tan
lejana, tan perdida,
como si la
ciudad te hubiese robado,
como si las
nubes, con su faz ardida,
te ocultaran de
mi mirada, a mi lado.
Y mi corazón,
aferrado a la historia indómita,
se desahoga en
la resignación,
en este día
incierto, de alma marchita,
que espera
saciar su sed con un verde beso.
Mas tú
permaneces callada, secreta y silente, como un enigma.
¡Dónde estás,
amada mía, en esta hora dilatada!
Siento que tu
luz se apaga, y yo me vuelvo estéril,
un páramo yermo,
te diluyes en mis sueños,
te pierdo para
siempre, en un abismo.
Es solo la
última tarde antes del equinoccio,
otro día que se
escapa en la ciudad,
con sus
irreductibles hormigones,
sus autopistas
vertiginosas, su tempestad.
¿Qué le
importará a los transeúntes,
con su andar
indiferente y sin alma,
que mi corazón
esté cansado de esta soledad punzante,
que te encontré
una mañana de octubre, por la calma?
O que te busque
en una tarde de marzo,
y tu ausencia se
siente como la noche fría.
No comments:
Post a Comment