Tu suspiro
ascendió al cielo,
escalera de
aromas al jardín secreto.
Juramento
custodiado con fervor,
lejos de la
doctrina del alba incierto.
En el horizonte
de la tarde,
los colores
estallan en un rojo final.
Resplandor que
hiere tus manos,
imposible
pestañear de pétalos mágicos.
Encierras la
incertidumbre en tu cuarto,
con un gesto
retraído de resignación.
Frotas tus ojos
antes de relucir,
en lo más hondo
del umbral,
más allá de la
franja mustia.
Ondulas la
hierba profusa de mares mortales,
tus ojos
inquisidores me empujan a tu topografía de emociones.
Ubico mi vista
frente al mayor de los silencios,
con la
profundidad aguda del oriente.
Allí nacen las
tormentas siderales del cortejo,
las ansias giran
donde despunta el sol.
Lames las
crestas enrojecidas con ritmo erótico,
serpenteante, de
suave cenit arquitectónico.
Nubes
inmaculadas caen en su danza azul,
sobre las cuatro
estrellas cardinales.
El viento peina
tu piel macerada de recuerdos,
y tu rostro
metálico a la distancia reposa sobre mi pecho.
Tus cabellos en
reposo buscan refugio,
presintiendo la
calavera en el cadalso.
Me seduces con
tus lágrimas de rocío,
pensando que el
universo implacable guardará nuestros secretos.
Crees que la sed
de un eclipse te volará las fantasías,
con acoso
violento, con el aire material de los pájaros.
Trinan siglos de
colores,
gorgojeando los
pinceles de mis manos que te extrañan.
En la sinfonía
de la ausencia,
tu recuerdo
danza en la penumbra.
Espejismo de un
amor que se esfuma,
eco de un
suspiro que el viento se lleva.
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