Valparaíso
de mi ensoñación delirante,
erguidas
calles, prisma de colores en jolgorio.
Huésped
reencarnado, a tus brazos retorno,
como la
ventolera, aferrado al asfalto umbilical.
Cautivo del
camino, el tiempo se disuelve ante mis ojos:
arena que
se desliza en la ladera,
llovizna
que empaña los cristales con su llanto.
Pinos
renacidos tras la pira estival,
hierba
tupida que el vendaval acicala.
El rellano
se esfuma en la bruma lejana.
Raquíticos
esteros que se precipitan al vacío,
en vano
descenso hacia la espuma salada,
que jamás
rozan con su melancólico llanto.
Gaviotas en
parsimonia surcan el cielo,
entre la
esencia marina y la nostalgia del viento.
Como
explosión de un vago recuerdo,
el litoral
y el océano se dibujan en calma.
Ancha bahía
meciéndose en la quietud,
prisionera
de grúas y el abrazo del molo.
Los navíos
se bambolean en armonía con las olas,
y yo, niño
embelesado, contemplo el espectáculo.
Escaleras
que trepan al cielo,
ascenso
interminable hacia la cima.
Ascensores
que se deslizan por la ladera,
serpientes
de acero que devoran la pendiente.
Barcos que
se mecen en la bahía,
sueños de
madera que navegan sin rumbo.
Gaviotas
que graznan en el cielo,
mensajeras
de la nostalgia y el olvido.
Valparaíso,
caleidoscopio de sueños y recuerdos,
en tu seno
se mezclan la realidad y la fantasía.
Fantasmagoría
de colores que se funden en la niebla,
espectáculo
surrealista que cautiva mi mirada.
Huésped
errante de tu paisaje onírico,
regreso a tu abrazo, Valparaíso de mi delirio.
En tus
calles empedradas y cerros infinitos,
encuentro
la esencia de mi ser, mi yo más íntimo.
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