Guitarra limosnera, solloza mi tonada triste,
un aguacero otoñal sobre ramas desnudas.
Las hojas en el vacío danzan su moribunda fiesta,
y mis sueños, pasajeros olvidados en la ruta.
En los pregones viejos, escondidos en las piedras,
en un relámpago ciego, flor de nieve fugaz,
mi amor por ti se esconde, errante y sin sosiego.
La misma Luna que miras, testigo de mi pena,
el lucero atardecido en un cielo agonizante,
saben del llanto que empaña la niebla y los sauces,
y la espuma que gime en la playa resonante.
Hiedra invasora, tu recuerdo en mis arterias teje,
y mis ojos mendigos imploran tus besos en vano.
Resignado, en mi mano caben todas las estrellas,
menos la que más anhelo, tu fulgor lejano.
Tu mirada oblicua, látigo que hiere mi alma,
tu apatía, tempestad que mi ser devasta.
Parásito en tu corazón esquivo, mi destino se marca,
una noche fugaz, dos almas en la metáfora vasta.
Un verso bastó para besar tu corazón,
una frase tuya para romper el mío en dos.
Desde entonces, solo cargo con mi destierro,
y anhelo abrazarte, más tu pecho me da un adiós.
Interminables días sin tu luz, noches sin vela,
¿despertará la tinta al poeta que en mí duerme?
Mi amor por ti, más allá del viento y del temporal,
más allá del abismo donde florecen las olas.
En el canto de una cigarra, entre la hojarasca,
vive en la tierra que abraza los rosales, duerme en mi boca.
Volcán sin furia, sabiéndote en vano perdida,
amor inalcanzable, leve y nunca mía.
A pesar de lo evidente, mi amor rebelde se aferra,
dique en mi garganta que contiene las lágrimas.
Mi dolor se envejece sin la sal de tu nombre,
y anhelo tu aliento con sabor a mar velando mis sueños.
Un último beso tuyo, uno que me agote,
angustiado en el mármol que guarda mis huesos.
Cansado estoy, amor, y otra luna sin ti me observa.
Es hora de volver al origen, a los versos donde me hallaste.
Si quieres, estaré ebrio en una cantina,
esperando tu amor ausente, con la esperanza intacta.
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