Otra vez el tiempo susurra un orden dormido,
un rumor tenue que se hunde en el agua profunda.
La ciudad en reposo, acuna la alegría cautiva,
entre melodías
amargas que un aire turbio fecunda.
Frente al sol perenne, la obra en dos sonidos se debate,
lágrimas de lluvia sollozan con lamentos de asma.
Las mejillas anhelan caricias que besen el aliento,
en una página que las pupilas ya no miran con calma.
No son las campanas que golpean el péndulo
del tiempo, sino una carta a la oscuridad, arrojada por la mano.
Soledad que danza en la agonía del día menguante,
un miedo que pregunta por los taciturnos errantes.
El ataúd espera con la certeza del final,
en la casa hostil donde la sombra se acurruca.
El dolor del espíritu se escurre por las esquinas,
entre la brisa que susurra una triste letanía.
Y sin embargo, en la penumbra del caos,
un germen de esperanza se abre paso.
Un canto a la vida que surge de las ruinas,
un nuevo orden que despierta del letargo.
Es la voz del poeta que rompe el silencio,
con versos que alumbran la oscuridad.
Creando un universo de imágenes y sueños,
donde la belleza y la verdad se dan la mano.
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