¿Quién, como un ladrón
sigiloso en la noche estival, arrebató tu talle esbelto, dejando un vacío
floral? ¿Qué semillas ajenas han sembrado en mi huerto, borrando las huellas de
mi amor secreto?
¿Es mi deseo furtivo el que
ahora provoca tu fatiga, un fuego que consume tu ser, una espina que te
acribilla? ¿O son mis besos culpables, con sabor a fruta prohibida, los que te
hacen estallar en náuseas, con el alma abatida?
No serán mis labios, ni su
suave caricia, los que multiplicarán tu cintura con dulce magia. Ni mi sangre
madura, ni su vigoroso latido, pateará en tu vientre, creando un nuevo nido.
¿Acaso mi simiente, en un acto
de rebeldía, hinchará tus pechos en leche, fuente de vida y alegría? ¿O las
noches de caricias, con su ardiente vaivén, harán estrías en tu piel, como un
mapa del edén?
Nada de mi cuerpo, ni su forma
ni su aroma, desordenará tu figura, ni agitará tu corazón en coma. No será mi
carga la que arrulles en tus sueños, ni mi nombre el que susurres con tiernos
empeños.
No será mi linaje, ni su marca
ancestral, el que se imprima en el nuevo ser, tan virginal. Cuando la nueva
vida te sorprenda una mañana, no buscarás mi mano firme con cada dolor que
emana.
Mas romperá un llanto morado
en septiembre, un lamento sin consuelo, un dolor sin remedio. Y no estarán mis
brazos, ni mi abrazo protector, para acurrucar su destino, para darle un fulgor.
No podré contarle cuentos de
magos y capitanes, ni de dragones que escupen fuego por sus fauces. Ni
apaciguar su miedo con los truenos de invierno, ni darle cobijo bajo mi techo
paterno.
Nunca vendrás, Martina Gracia,
lo sé con amargura, otro niño ocupa tu morada, tu cuerpo y tu dulzura. Y yo,
con el alma rota y el corazón en pedazos, solo puedo escribir estos versos,
llenos de abrazos.
Adiós, Martina Gracia, te dejo ir con el viento, te libero de mi amor, te desato de mi pena. Que la nueva vida que te llena de contento traiga consigo la alegría que a mi vida se niega.
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