En la Plaza de Armas, donde el tiempo se aquieta,
entre adoquines y susurros de la fuente,
anidan los romances, ya sin alas ni aliento,
fantasmas de un amor que se fue para siempre.
Un sereno entona su pregón lastimero,
eco de nostalgias que la noche acuna.
Versos que vagan por calles empedradas,
en busca de un corazón que los escuche.
Como esquelas robadas a la luna pálida,
los poemas de amor se deslizan sin fin.
Huellas de un aguacero en la melancolía del otoño,
un cortejo fúnebre hacia las calles rojizas.
Ya no vendrán, no volverán a florecer,
las rosas de pasión en la Plaza de Armas.
Quedó el eco de un amor que se fue a la deriva,
un suspiro ahogado entre las piedras coloniales.
La fuente canta su canción de olvido,
un réquiem por los sueños que se apagaron.
En la penumbra, las sombras se alargan,
y el silencio se traga los últimos versos.
Plaza de Armas, corazón de Santiago,
cementerio de amores, nostalgia sin nombre.
Aquí donde el tiempo se detuvo en el pasado,
los poemas de amor se han convertido en piedra.
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