El mismo primer amor que ayer amé,
con su cabellera de sonrisas, ha vuelto a mí.
Sembrador de dolor en mis párpados mozos,
regresa a segar frutos maduros de la amarga garúa
platónica.
En el fondo de sus ojos busco los de antes,
la mujer que pretendí, vestida de nubes.
Con ella, de mi mano, cosecharíamos hijos,
alimentando la leña roja en la casa de invierno.
Habríamos visto morir el sol al final de la tarde.
Ella se enredó en mis ojos como una flecha ajena,
en las noches robaba sus besos extraños
y abrazaba llorando su cuerpo vacío.
Y yo la amé entonces en silencio,
con un fuego culpable y clandestino,
como un condenado que ama el rosario.
Ahora viene a desenterrar lágrimas dormidas,
y el nuevo amor maldice pasados marchitos.
Como si el ayer fuera solamente ayer.
Después de mañana la miraré pasar,
como el último amor apaciguado.
Y la amaré de nuevo, cuando sea mañana.
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