Las gotas
de lluvia, lanzadas por el viento,
como
alfileres en mi rostro se clavan,
llamando
desde Puerto Montt a tus besos en el mar.
Y otra
campanada en el centro de mi pecho
inspira un
verso para el epitafio de nuestro amor.
El viento
susurra tu nombre en las olas,
y las
gaviotas entonan un canto fúnebre.
Cierro los
ojos y te veo, sirena de mi pasado,
enredada en
las redes de mi memoria.
Recuerdos
que florecen como rosas marchitas,
en un
jardín de nostalgia y dolor.
Tus ojos,
dos pozos negros que me absorben,
tu voz, un
eco que resuena en mi interior.
¿Cómo
escribir un epitafio para lo que no tiene nombre?
¿Cómo
resumir en versos la intensidad de un fuego?
Las
palabras se ahogan en la garganta,
y el
silencio se convierte en mi único lenguaje.
Aunque el
tiempo se empeñe en borrar tu huella,
tu recuerdo
vivirá en mis versos,
en la brisa
que agita las ramas del árbol,
en la
espuma blanca que besa la arena.
Adiós, musa
de mis sueños,
amada
fantasma que habita en mi corazón.
Te dejo ir,
pero te llevo conmigo,
en la tinta que mancha mis poemas.
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