Nubes en
procesión, cortejo sin fin,
hacia el reino
gris de la lluvia se van.
Los árboles,
mudos espectros,
despiden a sus
hijas, las hojas,
que en bandadas
se van con el viento,
pálido galán, a
cubrir la tierra con un sudario de frío.
Por la puerta
del aguacero,
hacia el abismo,
desfilan las
hojas, muertas de frío,
en una danza
macabra de colores raquíticos,
que el
equinoccio les roba,
despojando su
verde maquillaje.
Ancianas de sed,
plaga de los jardines,
guirnaldas
marchitas de los barcos anclados a la calle,
sueñan con
zarpar hacia el horizonte de rascacielos,
a un sueño
plomizo recostado bajo la niebla sin fruta.
Mis ojos se
ahogan en el ronco amarillo,
y mi alma se
acurruca sobre la alfombra de crujientes melancolías,
para descender
hacia la energía en hibernación,
que despertará
después de las lágrimas heladas
hacia los
colores de una nueva luz,
un verso que aún
no ha sido escrito.
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